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sábado, 26 de marzo de 2016

El Códice de Madrid o Códice Tro-Cortesiano.

Continuando con el tema de mi ultima entrada ahora me centrare en el contenido del códice de Madrid.

Nos encontramos ante el manuscrito prehispánico más grande hasta el momento. Teniendo una extensión total de 6.82m entre el fragmento Troano y el Cortesiano. Está compuesto por un total de 56 hojas decoradas por ambas caras, la exactitud del tamaño de las hojas varía en función de cómo estas se encontrasen dobladas y del desgaste sufrido hasta el momento. En relación a las paginas cabe destacar que la parte posterior del manuscrito esta de cabeza con relación a la anterior junto con dos páginas del reverso que están invertidas en la sección que forman la unión de los dos fragmento, este hecho fue el que hizo que Rosny pensara que se trataba de la misma obra.
Refiriéndonos ahora al material del códice sabemos que está compuesto de dos capas  de  fibras de ficus, este es el mismo material que se utilizo para la realización de los códices de Dresde y París. El códice posee una capa de cal sobre la superficie que sirvió de fondo para la escritura que junto con tejidos con almidón en las fibras componen el soporte de la obra, el uso de estas fibras era principalmente para rellenar los espacios entre el material para configurar una superficie lo más regular posible para posteriormente aplicar la capa de cal.


Los colores que componen los jeroglíficos y los dibujos los componen el rojo, negro y azul con sus diferentes tonalidades. Estos tres colores son los que se usan con normalidad en la creación de los códices mayas. Según algunos estudios sabemos el los colores procedían de diferentes sitios y poseían una técnica de preparación propia, así pues, sabemos que la tinta negra procedía del hollín del pino, el azul de la planta del añil que junto con la atapulgita produce el, tan conocido, azul maya, y el rojo de la semilla del achiote
Se piensa que pudieran ser ocho escribas los que trabajaron en el códice, cada uno tenía su estilo y su capacidad para calcular el espacio. Vemos como cada artista lo emplea de una manera muy personal a pesar de tener todos unas mismas reglas. Algunos escribas prefieren un color por encima del resto, uso de variantes en la preparación de los tintes y pigmentos, etc. En otro tipo de observaciones podemos contrastar como varían los trazos según los días en los que trabaja el escriba y el cansancio que tenía en el momento de su labor artística, dando así unos trazos menos cuidados.
La división que hacían los escribas de las paginas parece en un principio voluntaria, cada uno decidía como quería representar el tema que le tocaba, así pues, el escriba numero VIII dividió en cuatro secciones la mayoría de sus páginas. Otros representaban al dios entero ocupando una misma página o con las letras muy grandes.
Podemos distinguir con claridad las secciones de contenido calendárico, jeroglífico y figurativo. Mediante la simple observación podemos reconocer algunos personajes que se repiten o ciertas actividades :
1 Lluvia y agua celeste (2-18) 2 Agricultura y fertilidad (19-29) 3 Lluvia nefasta (30-33) 4 Ceremonias de Año Nuevo (34-37) 5 Fertilidad de la tierra y la cacería de venados con lanzas (38-43) 6 “Trampas” para venados y otros animales (44-49) 7 Fertilidad, comercio y guerra (50-56) 8 Ceremonias de fertilidad (57-64) 9 Sol, maíz, lluvia y muerte (65-74) 10 El universo, el tiempo y sus augurios (75-78) 11 Practicas propiciatorias de fertilidad como fumar, tejer e hilar (79-100) 12 La apicultura (103-112)

Cada tema a su vez se encuentra dividido en “almanaques”, término que aplicaron los expertos en los códices mayas para los pasajes que comprenden un ciclo completo de 260 días y contiene los augurios para conocer los días favorables y desfavorables, como las imágenes de los dioses que intervienen en determinadas actividades en las fechas especificas. Así pues entendemos que los almanaques son pequeñas secciones que constituyen la unidad temática y adivinatoria. Estos almanaques eran muy utilizados por los sacerdotes que los consultaban para resolver las dudas que se les podía plantear, así pues, observando el día de la consulta o el año de nacimiento del que consulta, el sacerdote podía orientarse y responder en consecuencia. Förstermann determino que había unos “pasajes paralelos”, así los denomino, que contenía respuestas a preguntas muy concretas.

El códice Tro-Cortesiano posee un gran número de figuras en sus 112 páginas, esto supone una gran base para el conocimiento de la religión maya. Entre las figuras que encontramos la gran mayoría son hombres, pero, también podemos encontrar mujeres, niños, objetos, animales, vegetales, etc. Esto nos permite englobarlos en cuatro grupos: los humanos, los vegetales, los animales y los híbridos. El grupo de los vegetales es el menos numeroso, mostrándonos varios ejemplos como el maíz, los animales tienen un espectro más amplio, desde los invertebrados más pequeños como las arañas hasta los vertebrados más grandes como el jaguar o el venado.  Si bien es cierto que todas las figuras aun no han sido clasificadas y catalogadas, por lo que aun hay un amplio campo en el que investigar.
  • AYALA FALCON. M. De la procedencia y el uso del Códice Madrid. México.
  • CIUDAD RUIZ. A. Los escribas del Codex Tro-Cortesiano del Museo de América de Madrid. Madrid 2003
  • SOTELOS SANTOS. L.E. Los dioses del Códice Madrid: aproximación a las representaciones antropomorfas de un libro sagrado maya. México, 2002
Fernando López de Sabando Meijide

jueves, 10 de marzo de 2016

El Códice de Madrid o Códice Tro-Cortesiano.

Continuando con la temática de mi publicación anterior, el Museo de América y su contenido vuelve a ser objeto de mi atención. Como bien se puede saber a poco que se ahonde en la historia y las piezas del museo hay una que cobra mayor relevancia, el llamado Códice de Madrid o Códice Tro-Cortesiano. Esta obra conservada es uno de los pocos códices indígenas que nos ha llegado hasta nuestros días y que por su calidad y contenido sigue suscitando el interés de muchos investigadores e incluso el mio. Sin duda es una obra muy compleja como para tratarla en una sola publicación, por lo que prefiero dedicarle mas de una para que se pueda conocer esta joya que tenemos tan al alcance de todos y que muy pocos conocen como se merece. 


El códice Madrid o códice Tro-Cortesiano es una obra de la que desconocemos en qué condiciones, cuando y porque llego a España. El verdadero descubrimiento fue promovido por Don Juan de Tro y Ortolano, el cual, era poseedor del códice, y de su compañero Charles Etienne Brasseur hacia el 1863. Fue en 1867 durante su exposición en París, organizado por el Ministerio de Instrucción Publica, cuando empezaron los primeros estudios a cerca de este documento, pero, no sería hasta 1869 cuando se produce la primera publicación de la reproducción del códice de la mano de Brasseur junto con el primer estudio, pasándose a denominar “Codice Troano”. De los primeros estudios sabemos que, en un comienzo, el códice poseía 35 hojas pintadas por ambas caras y que en la última había un pedazo de papel europeo con texto en latín. Este hecho es lo que hizo pensar a los investigadores que, muy posiblemente, se tratase de una obra que haya podido pasar a los descendientes de Hernán Cortes y que fue comprado con posterioridad por Juan de Tro.

Paralelamente a estos hechos encontramos la segunda mitad de dicho códice. Es en 1867 cuando Juan Palacios ofrece al museo británico y a la Biblioteca Imperial de París la venta de un códice de 21 páginas pintadas por ambas caras, ninguna de las dos instituciones se intereso por la compra de la obra, pero si un coleccionista de joyas y obras arqueológicas, Don Juan Ignacio Miró. Don Juan tras haber acumulado múltiples objetos decidió vender un lote completo al Museo arqueológico de Madrid en 1872, entre las piezas que componía el lote se hallaba el fragmento del códice, que pasó a llamarse “Códice Cortesiano” por pertenecer supuestamente a las joyas u objetos que se trajo Cortes a España. Este fragmento fue expuesto por el Museo Arqueológico en 1878 en la Exposición Universal de París y por segunda vez en 1881 en Madrid. 

La sección Trona o hasta el momento denominado Códice Troano fue adquirido por el Museo Arqueológico en 1888. Desde este momento ambas partes se unificaron al comprobar que se trataba de la misma obra, por este motivo el nombre del códice se unifico pasándose a llamar “Codice Tro-Cortesiano”. Desde su adquisición, el códice fue parte de los fondos del Museo Arqueológico hasta la apertura del Museo de América en 1941

Se ha especulado mucho acerca de la procedencia del códice Tro-Crotesiano pero ningún estudio termina de ser claro. Fijándose en el contenido, estilo y marcadores cronológicos el investigador Thompson hace suponer que el manuscrito podría proceder de la región de Campotón de la península de Yucatán, realizado en torno al siglo XV. Si atendemos a las representaciones que figuran en el códice podemos encontrar figuraciones de elementos geográficos que nos podrían dar más pistas acerca de la procedencia del códice, así pues, vemos representados los ríos de la costa de Champeche en la página 29b, otras de las representaciones son la de cenotes, estos se encuentran en la región de Chenes, próxima a la anterior. 

Hacia el 1996 Alfonso Lacadena mediante sus estudios determina que el origen del manuscrito se encuentra muy alejado de esa zona. Determina que parte del propio códice pudo ser realizado en lengua del grupo Cholano, esta suposición se debe al léxico y la morfología que presenta, exponiendo la posibilidad que el escriba fuera bilingüe, lo que explicaría un lenguaje a veces difícil de entender.

El códice Tro-Cortesiano tuvo varios estudios preliminares incluso antes, de la ya citada, exposición en Paris de 1867, uno de los muchos que los estudiaron con anterioridad seria Förstemann, autor de las primeras copias que se hizo del Códice Troano. Varias de estas copias se expusieron junto con el original durante su exposición en el Palais du Champ de Mars. Su primera publicación editada del códice fue entre 1869 y 1870, realizado en dos volúmenes, el primero de ellos posee una copia cromatilográfica, se trata de un procedimiento de impresión litográfica en múltiples colores, “se dibuja sobre tantas piedras como colores debe haber, y gracias a las tiradas sucesivas, teñidas de colores diferentes, cuyos trabajos se combinan o superponen, se obtienen reproducciones”, en el segundo volumen se realiza un estudio del propio Brasseur en el que intenta descifrar y traducir el Códice Troano. 

Fue de la mano de León de Rosny junto con el estudio que hizo del Códice Cortesiano el que “descubrió” que ambos códices formaban parte de un mismo ejemplar. Tras sus estudios realizó en 1883 la primera edición del códice Cortesiano, esta, junto con los otros dos volúmenes ya publicados del códice Troano incentivó múltiples estudios, entre ellos, podemos destacar el trabajo de Raynaud donde habla de la similitud de las dos obras y un error de clasificación del calendario de 260 dias. Por otra parte tenemos los primeros estudios de Roell sobre las deidades mayas, tituladas “Sur quelques figures des divinites representees dans les Codices Troano et Cortesianus”, todos estos estudios junto con muchos otros se pueden enmarcar entre las fechas de 1893 hasta el 1949, pero, no será 1967 cuando se realice una de las mejores ediciones con el título “Codex Tro-Cortesiano” y un estudio minucioso de Ferdinand Anders. Esta edición sirvió como base para el estudio que realizo la Universidad Autónoma de México en 1985 con el título “Códices Mayas”. Finalmente, y con motivo del 5º centenario del descubrimiento de América se realizo una reproducción fidedigna de la obra que como única diferencia cromática es por motivo de distinción del original.

  • AYALA FALCON. M. De la procedencia y el uso del Códice Madrid. México.
  • CIUDAD RUIZ. A. Los escribas del Codex Tro-Cortesiano del Museo de América de Madrid. Madrid 2003
  • SOTELOS SANTOS. L.E. Los dioses del Códice Madrid: aproximación a las representaciones antropomorfas de un libro sagrado maya. México, 2002

Fernando López de Sabando Meijide.

lunes, 7 de marzo de 2016

Sobre los restos, la historia y los profesionales que han trabajado en torno al yacimiento arqueológico de Itálica

El yacimiento arqueológico Itálica se encuentra situado en la provincia de Sevilla. Se trata de una zona protegida que se extiende bajo el núcleo urbano de Santiponce y por el Barrio Adrianeo y que consta de una superficie de 116 hectáreas. Este barrio hace referencia a la extensión de la ciudad construida a finales del siglo I d. C. y es actualmente la zona visitable ya que contiene el mayor número de restos exhumados.

Se trata de un área arqueológica en la que se encuentran los elementos más característicos y definitorios de una urbe romana ya que se observan residencias privadas, infraestructuras de comunicación y de abastecimiento de agua, restos edilicios o zonas de necrópolis entre otras muchas tipologías. Cabe destacar que los restos exhumados de la ciudad son de reducida magnitud salvo excepciones como los edificios del teatro y anfiteatro que sí sobresalen con gran monumentalidad. Este hecho permite visualizar el trazado urbanístico como un plano y por lo tanto observar las magnificas dimensiones de la ciudad.



Es importante reconocer la autoría de las primeras aportaciones sobre esta ciudad romana ya  que los primeros trabajos publicados y sus principales investigadores han ayudado a tejer la historia de Itálica.

Es en el siglo XVI cuando comienza la recuperación de la memoria histórica de Itálica pero habría que esperar hasta un siglo más tarde para su auténtico descubrimiento de la mano del historiador  Rodrigo Caro. En el siglo XVIII será Fernando de Zevallos, prior del monasterio de San Isidoro del Campo, el que dará a conocer el estado de la ciudad en ese periodo con la publicación de su obra “La Itálica”. Será entre finales de ese mismo siglo y principios del XIX cuando aparezcan los primeros restos escultóricos de entidad gracias a las excavaciones de Francisco de Bruna en el yacimiento y ya en pleno siglo XIX son reseñables las intervenciones de Ivo de la Cortina.  Es importante destacar la presencia de José Amador de los Ríos ya que es este el primero en denunciar el expolio al que se están viendo sometidos distintos edificios de entidad como el Anfiteatro. Tras la denuncia, será Demetrio de los ríos quién se ponga al mando de las excavaciones.
Para entender la recuperación definitiva de Itálica habrá que esperar a los acontecimiento que se desarrollarán a lo largo del siglo XX, empezando por la declaración en 1912 de Monumento Nacional y la creación de la Junta superior de Excavaciones que racionalizara las actuaciones en los sitios arqueológicos.

Cabe, por último, recordar una serie de estudiosos que tuvieron un papel fundamental en la investigación y recuperación de la ciudad romana. En primer lugar Rodrigo Amador de los Ríos y, posteriormente Andrés Parladé, intervinieron en el Anfiteatro, las casas y calles de la ciudad. Le siguieron Francisco Collantes de Terán al cual se le debe un gran avance en la documentación y conservación de Itálica y Antonio García y Bellido del cual es destacable una monografía publicada en 1960 que incluso actualmente resulta fundamental para quién esté interesado en conocer Itálica en profundidad. Para finalizar, a quién desee conocer los datos más recientes publicados así como los últimos avances en torno a los proyectos que se están llevando a cabo sobre el yacimiento es recomendable que revise la obra Itálica. Tiempo y paisaje editado por Antonio Tejedor Cabrera  que recoge los contenidos expuestos en el I Seminario Internacional de Arquitectura y Arqueología por parte de la Universidad Internacional de Andalucía.

AA.VV. Italica. Tiempo y Paisaje, Sevilla: Universidad Internacional de Andalucía,  2013

ALBA GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

martes, 1 de marzo de 2016

Contenido del Museo de América.

Tras la visita al museo de América y tener tiempo libre pude disfrutar de la maravillosa colección permanente. Es un museo que a mi entender se tiene un poco en el olvido pero que sin duda es uno de los que más me gustan. Entre la gran variedad de piezas hubo una que me llamó la atención a la cual querría dedicarle esta entrada, tanto por su calidad técnica, su estado de conservación y por lo que me hizo sentir. La pieza que escogí es una urna de ceramica de la cultura zapoteca. 

La ficha técnica es: 

Clasificación Genérica: Cerámica arqueológica
Objeto/Documento: Urna
Materia/Soporte: Arcilla
Técnica: Modelado, Aplicación, Inciso
Dimensiones: Altura = 22,90 cm; Anchura = 15,60 cm
Datación: h. 400-700
Periodo: Clásico medio
Contexto Cultural/Estilo: Zapoteca. 
Lugar de Producción: México (América del Norte)

La cultura zapoteca data desde hace 2500 años. Hacia los siglos XV y XIV a. C., se desarrollo el primer núcleo urbano importante, este nucleo se situo en un primer momento en San José Mogote. Durante el perido Preclásico, hacia los años 500 a.C.-1000 d.C., se trasladaron a los valles del actual estado de Oaxaca. En estos momento vemos cómo mientras que Monte Albán era la ciudad más importante de la region paralelamente Teotihuacan florecía en el centro de México y las ciudades mayas en el sureste.
Primariamente los zapotecas eran sedentarios, vivían en asentamientos principalmente agrícolas con gran variedad de productos, adoraban un panteón de dioses coronados por Cocijo el dios de la lluvia. Los ritos religiosos eran regularizados por los sacerdotes, que podian llegar a realizar algun sacrificios humanos. Paralelamente a la adoracion de los dioses los zapotecas va a adorar a sus antepasados y creían que, al igual que nosotros, hacia un más allá paradisiaco, por lo que veremos un culto a los muertos. Su gran centro religioso se encontrará en Mitla que junto con la ciudad de Monte Albán, se desarrolló una civilización muy avanzada, pudiendo considerarse como la ciudad más importante del hemisferio occidental, llegando a dominar gran parte de Oaxaca. La cultura desarrolló un importante arte, una arquitectura,  una escritura basada en  jeroglíficos, las matemáticas, y la astrología que utilizaron para realizar,  como muchas otras culturas, los calendarios. Si nos detenemos a analizar estos datos podríamos entrever una posible influencia de los olmecas, los mayas e incluso con los toltecas.
Los zapotecos eran grandes tejedores y alfareros, entre los productos que desarrollaban tenemos las urnas funerarias, eran vasijas de barro que se colocaban en las tumbas. Geograficamente las tumbas se encontraban relacionadas con las zonas dedicadas a la élite aunque no tenían un lugar concreto establecido. 
La pieza que he seleccionado es una urna cilíndrica que representa a un personaje sentado con las piernas cruzadas y las manos sobre las rodillas, cabeza desproporcionada y ningún tipo de interés por la representación anatómica fiel,  estos son rasgos propios de la cerámica zapoteca. Muy posiblemente no se trate de una urna funeraria pues no estaban pensadas para contener las cenizas de los muertos, sino, más bien, estaban pensadas como ofrendas.
La pasta utilizada como sabemos es de arcilla, una composición común de la zona en la que fue fabricada. Desconocemos que tipo de desengrasante se pudo utilizar para  el mejor manejo del material, pero lo que sí es cierto es que se debió utilizar alguno de los elementos típicos como: paja, arena, concha molida, espículas de esponja, cerámica molida...
Parece ser que el modelado de la pieza se hizo a partir de una masa de arcilla a la que se le fueron añadiendo pedazos para constituir la forma del dios. Si observamos la parte de atrás vemos claramente como el modelado se hace mediante el uso de las manos, el resto de elementos se añaden por presión que posteriormente, y aun estando húmeda la pieza, se decide marcar con un punzón en la zona del tocado y los detalles faciales. 
El acabado de la obra es claramente en crudo debido al color blancuzco que posee, es cierto que no posee un color uniforme pero eso puede deberse al proceso de cocción, al tiempo o a la conservación de la pieza. La decoración sin duda mezcla la técnica de la incisión para los detalles y el pestillaje para la creación de los elementos que configuran el frontal de la pieza
Si nos fijamos podemos ver que porta un tocado adornado con el "glifo C", anteojeras cuadrangulares y máscara buco-nasal en forma de ofidio, cuya banda labial se yergue terminando en doble voluta y, por último, vemos un adorno pectoral cuatripartito. Estos atributos se podrían relacionar con la representación de Cocijo, una divinidad zapoteca vinculada a la lluvia al que es posible identificar por la máscara buco-nasal acabada en dos volutas. Este Dios, también es conocido por los Aztecas como Tlalo y por los Mayas como el dios Chac, este dios era. Una personificación de los poderes meteorológicos relacionados con la lluvia y su acción benéfica sobre los campos de cultivo, pero al mismo tiempo se asociaba a las tormentas y a sus resultados nefastos sobre las cosechas . 

Este tipo de arte me suscita un grandísimo interés por la gran multitud de posibilidades que tiene y por las múltiples teorías que pueden surgir durante el estudio de una cultura de la que aún desconocemos muchísimo. Consideró que estamos ante las puertas de grandes descubrimientos gracias a los nuevos sistemas arqueologicos y el avanzce de la tecnología que nos permitirá mostrar todo aquello que se oculta en el continente americano. 

SANCHEZ MONTAÑEZ. E. Arte indígena sudamericano. 1986. Madrid.
http://ceres.mcu.es/pages/Main consultado el 1 de Marzo

Fernando López de Sabando Meijide.